Por: Luciana Nerón
Las medidas adoptadas en el marco de la pandemia para contener el avance del coronavirus han puesto en evidencia profundas desigualdades subyacentes en nuestras sociedades: familias que no cuentan con viviendas adecuadas para cumplir con el aislamiento ni con servicios básicos como luz y agua, trabajadores en situación de precarización laboral que han visto interrumpido sus ingresos diarios y niños impedidos de continuar con sus estudios por carecer de conexión a internet o dispositivos para acceder a él. Otra realidad que ha quedado al descubierto y de la que hablaremos particularmente en este artículo, es la desigualdad entre géneros en lo relativo a la distribución de las tareas de cuidado.
Al referirnos a tareas de cuidados, estamos hablando de aquellas actividades cotidianas de mantenimiento de la vida, como el cuidado de los espacios y bienes domésticos, la educación y formación de las personas, el mantenimiento de las relaciones sociales o el apoyo psicológico a los miembros de la familia, que regeneran diariamente el bienestar físico y emocional de las personas(1).
Las tareas de cuidado abarcan entonces un amplio conjunto de aspectos sumamente necesarios para la vida diaria, por lo que claramente todos necesitamos de ellas, y allí radica su gran importancia para la economía y el desarrollo: sin los cuidados, el resto de las actividades no podrían funcionar.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y la oficina regional de ONU Mujeres han publicado este semestre un estudio que afirma que desde antes de la crisis del covid- 19, las mujeres de la región ya dedicaban el triple de tiempo que los hombres al trabajo de cuidados no remunerado, enfatizando que la situación ha empeorado en el contexto actual por la creciente demanda de cuidados y la reducción de la oferta de estos servicios debido a las medidas de confinamiento y distanciamiento social.
Todo ello se debe en gran medida a los patrones culturales que han otorgado históricamente a la mujer el “rol natural de cuidadora”, lo que contribuye a la invisibilización y muchas veces también a la desvalorización de esta actividad.
Así, en todo el mundo, las tareas de cuidado recaen desproporcionadamente sobre mujeres y niñas, lo que sin lugar a dudas genera una sobrecarga de trabajo y responsabilidades que limita sus oportunidades y elecciones, y se convierte en un gran obstáculo para la igualdad de género, el empoderamiento y la autonomía de las mujeres.
Foto: Shutterstock
Sin embargo, esta situación no intensifica solamente las desigualdades de género,
sino también las sociales y económicas, ya que tiene un impacto mayor en los sectores
más desfavorecidos de la población, contribuyendo así a profundizar aún más las brechas existentes al perpetuar la imposibilidad de la movilidad económica: las mujeres más pobres son quienes más carga de cuidados soportan debido a sus escasas posibilidades de derivarlo, y condicionan por esto sus oportunidades de insertarse exitosamente en el mercado laboral.
La pandemia ha desnudado la insostenibilidad de la actual organización social de
los cuidados y ha instalado en las agendas de gobierno esta problemática, evidenciando
la necesidad de diseñar e implementar de políticas públicas que contribuyan a eliminar
los factores estructurales de desigualdad en los cuidados.
En ausencia de prácticas de corresponsabilidad, se mantendrá la desigualdad en
el tiempo que mujeres y hombres dedican al trabajo doméstico y de cuidados no
remunerado. Desde nuestro lugar podemos contribuir a revertir la situación,
reconociendo y revalorizando estas tareas y redistribuyéndolas de una manera más justa y equilibrada.
(1) https://www.cepal.org/sites/default/files/document/files/cuidados_covid_esp.pdf